18 películas y un órgano
Argumentos que se cruzan, saleros en forma de mazorca, tratamientos rejuvenecedores, conciertos de órgano, ruido versus silencio y la playlist de octubre
Hacía mucho que no les enviaba ningún boletín. Desde la última newsletter he visto 18 películas en el festival de Sitges –en el contexto de esos días no son tantas–, he visto más antiguas que nuevas –¡sorpresa!–, he corrido entre cines, he desvirtualizado a gente, he visto miles de camisetas negras de monstruos y grupos de metal, he oído aplaudir logos de productoras de las que nadie había oído hablar, he visto actores y directores disfrutando del reconocimiento tardío que dan los festivales y las convenciones; y, sí, he tomado unas cuantas notas un poco caóticas que serán el grueso de esta entrega de El Drugstore. También he dejado un libro a medias y comenzado otro por imperativo académico. He visto a Kali Malone, a White Magic y a Shabaka en directo. He recuperado algún disco que hace años no escuchaba –’R.I.P.’ de Actress–, he machacado uno de este año entre trayectos en Sitges –‘Cycle’ de H to O– y descubierto uno de 1978 –‘Characters’ de John Abercrombie– gracias a una de esas personas que he desvirtualizado estos días.
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Unas cuantas casualidades
Ver tres películas al día hace que: uno, el cuello-espalda-lumbares-culo acaben resintiéndose; y dos, que se te mezclen los argumentos y empieces a ver coincidencias y sincronías entre todas las películas del festival. Si solo viese películas actuales me podría tirar el rollo y hablar de tendencias, pero como no lo hago, me conformo con pensar en un diálogo entre pasado y presente. Aunque la mayoría de las veces no sea más que casualidad. Y en esta casa amamos las casualidades.
Medusas (la mitológica, no el animal): parecía que iba a ser una tendencia en el festival, ya que tanto en ‘Malpertuis’ como en ‘La sustancia’, las dos primeras películas que vi el día que llegué, aparecen de manera más o menos explícita. La segunda ya aparecerá más adelante, y si no recuérdenmelo, pero ‘Malpertuis’ aparte de dar lo que prometía, fue un buen inicio. Goticismo, setenterismo y algo de surrealismo de Harry Kümel, director de ‘Los labios rojos’. Me pasé un buen rato pensando en lo que se parecía Susan Hampshire con el pelo rojo a Victoria Vera y a Chappell Roan, a la vez. Sin que crea que ellas se parecen entre sí. Ya advertí que son apuntes un poco caóticos.
Aliens que te escupen a la cara y se te meten por la garganta: ‘Night of the Creeps’ de Fred Dekker y ‘Alien 2: Sobre la tierra’ de Ciro Ippolito. ¿Era la manera preferida de los aliens en los 80 de invadir la tierra? Puede ser. En realidad me suena que pasa en alguna película más. Si alguien con mejor memoria se acuerda, que lo diga. ¿Pretendía ser una metáfora de todo lo que el sistema nos hace tragarnos? Si era la idea, puede que acertase de lleno.
Saleros y pimentero con forma de mazorca. Vale, esto no ocurre en ninguna cinta más. ¡Ojalá! Sin embargo, este plano me gusta tanto que tenía que compartirlo de alguna manera. Quizá ‘Los chicos del maíz’ no sea una gran película, ni entraría en un top de las mejores adaptaciones de Stephen King, pero igual que hay gente a la que le relajan las pelis de después de comer de Antena 3, a mí me pasó con esta. ¿Comfort movie por tirar de anglicismos? Algo así. Un pueblito en medio de la nada, niños maléficos, niños insoportables, niños rebelándose, adultos tomando decisiones absurdas, Sarah Connor antes de salvar el mundo, el de ‘Treinta y tantos’ antes de tener treinta y tantos… Venga, me vale.
Y además suena ‘Runaway’ de Del Shannon que es una canción que siempre me ha encantado y que, en realidad, asocio con una película que nada tiene que ver con esta: ‘Los juncos salvajes’.
Campos de maíz enormes: En ‘Los chicos del maíz’, obvio, y en ‘Things will be different’. Hablando de esta última, decir que, aunque se mueve en el mundo de Aaron Moorhead y Justin Benson, productores en esta ocasión, la primera película de Michael Felker no funciona tan bien como ‘The Endless’ o ‘Something in the Dirt’. Un me-gustó-sin-fliparme. Tres estrellas.
Cuevas con estalactitas: ‘Alien 2: Sobre la tierra’ y ‘The Mysterious Castle in the Carpathians’ de Oldřich Lipský. La primera fue parte de una sesión doble de exploits italianos junto a la estupenda ‘Beyond the Door’ de Ovidio G. Assonitis. Uno de ‘Alien’, obvio, y el otro de ‘El exorcista’. Fue una gozada, y, no nos engañemos, disfruto más de estas sesiones que de los estrenos que hacen mucho ruido. La segunda, ‘The Mysterious Castle in the Carpathians’, es una marcianada checa de 1981. Visualmente muy disfrutable. Divertida, supongo, pero como yo el músculo de las comedias lo tengo poco desarrollado, se me hizo un poco de bola a ratos.
Transformación, búsqueda de la belleza, deformidades: ‘La sustancia’ y ‘A different man’. Probablemente mis dos películas de estreno favoritas del festival tienen unas cuantas cosas que ver. Si a mí no me creen, crean al New Yorker. Me sumo al hype con 'La sustancia’ de Coralie Fargeat. Muy a favor. Después del aburrimiento que fue ‘Longlegs’, tenía ganas de compartir el gusto por una película que se ha convertido en fenómeno. Ni siquiera los subrayados o la duración me molestan demasiado. Compro todo, con sus guiños –exageradamente explícitos o más sutiles–, con su mensaje totalmente pertinente y, sobre todo, con su despiporre final que es un gustazo de vísceras y fluidos. Una declaración de amor a ‘El vengador tóxico’, a ‘The Stuff’, a ‘Están vivos’… A la serie B. Vista en el Auditori del Melià a reventar fue, como Barcelona en los 70, una fiesta. Me sumo también al entusiasmo y a muchas de las opiniones del último episodio de Vigilante. ‘A different man’ de Aaron Schimberg va por otro camino, un poco en dirección contraria, con ese rollo reposado de película de los setenta con grano, pero tiene unas cuantas cosas que ver. Como, por ejemplo, lo siguiente.
Tratamientos milagrosos que salen mal: La mano negra de un mad doctor sobrevuela en tres películas. Uno, anónimo, invisible (gran acierto), en ‘La sustancia’; y los otros, en ‘A different man’ y ‘Daniela Forever’, escondidos detrás de la corporación médica diabólica y traicionera, un poco a lo Michael Crichton. Aunque no tienen nada que ver, me gusta más como se mueve, aunque se atasque un poco, ‘A different man’ que ‘Daniela Forever’. Eso sí, la presencia de Hidrogenesse en la de Vigalondo suma puntos.
Sexo con máscaras deformes: ‘A different man’ y ‘The Funhouse’. Pues esto (o con esto) 👇
Las luces de ‘The Funhouse’ y de ‘Suspiria’ (‘Deep Argento’) e ‘Il Nido del Ragno’: ‘Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz’, dice el poema de Dylan Thomas. Alégrate, alégrate por el momento en que nació la luz de ‘Suspiria’, que es una cosa preciosísima y que su director de fotografía, Luciano Tovoli, explica un poco cómo lo hizo en ‘Deep Argento’. Luego se puede ver como cruzó el charco y Tobe Hopper se inspiró, conscientemente o no, para ‘The Funhouse’. Para ‘Il nido del ragno’, de Giancarlo Giagni, la luz jugaba en casa en una producción italiana que se disfruta mucho y que tiene sus deudas, cómo no tenerlas, con Argento. ‘The Funhouse’ muy bien, mucho mejor que el documental de Dario Argento. Más sobre la persona que sobre la carrera, el documental tiene como introducción la canción más horrible que he escuchado en mucho tiempo, y una omisión llamativa que imagino deliberada: no se nombra en ningún momento a Daria Nicolodi.
Películas clásicas de terror en una televisión: ‘La novia de Frankenstein’ en ‘The Funhouse’ y ‘Plan 9 from Outer Space’ en ‘The Night of the Creeps’. Siempre a favor. Solo faltó Demi Moore en ‘La sustancia’ viendo ‘Society’ de Brian Yuzna o ‘Looker’ de Michael Crichton. Habría sido bonito.
Armario donde refugiarse: ‘Things will be different’ y ‘Il Nido del Ragno’.
Ahorcados: ‘Il Nido del Ragno’ y ‘Fréwaka’. La primera, dirigida por Giancarlo Giagni en 1988 tiene tantos tropos del cine italiano de terror de los setenta que, por fuerza, tenía que salir en varias de estas categorías. La segunda, de este año, es un folk horror irlandés en gaélico. La parte folk muy bien, los trajes, las máscaras, la música, el sonido. La parte horror un poco peor. Bien, sin más. De películas de tres estrellas están llenas los festivales. Unas caen mejor que otras.
La americanidad en las producciones italianas: Esta es una de las razones por las que me fascinan las películas italianas de los 70 y 80. El buen exploit debe parecer made in USA, aunque una parte esté hecha en algún sitio más barato de Europa. Un San Diego apocalíptico en ‘Alien 2’, un San Francisco en plena decadencia hippie en ‘Beyond the Door’, y un Dallas de rascacielos y yuppies en ‘Il Nido del Ragno’. El premio se lo lleva ‘Beyond the door’ con ese niño que bebe sopa de guisantes Campbell’s, con esa niña que va cargando con un montón de libros de ‘Love Story’, con barras y estrellas por todas partes, con ese barrio de Haight Ashbury donde como te despistes te hacen un solo de flauta con… la nariz. Insuperable, ni Shabaka Hutchings lo haría mejor. Si no me creen, aquí pueden verlo con la misma calidad que si lo hubiesen grabado en Noche de lobos en 1991:
Fuera de casualidades: mención especial para ‘Oddity’. Hacia el final del festival me comentaba alguien que había visto más películas, y más actuales, que yo, las pocas cintas de terror-terror que había podido ver. El término terror-terror me lo acabo de sacar de la manga, pero creo que se entiende. Se echaba de menos más terror-terror. Quizá mi recorrido por el festival, más de pelis antiguas que actuales, no me hizo sentir así pero puedo comprender la sensación. Y de los estrenos, uno que vi y me gustó bastante fue ‘Oddity’. Una peli de terror bastante clásica, sin alarde de medios, jugando con el espectador, un suspense muy bien llevado y además da algún susto y miedo.
Mención especial 2: ‘Stone’, una película australiana de moteros de 1974. Muy macarra pero muy hippie a la vez, muy entretenida, muy bruta, y con un musicón tremendo de un tal Billy Green. Muy recomendada.
Mención 3: conexiones fuera de la pantalla. Reconozco que no sabía quién era Stephen Thrower. Le descubrí el último día. En el Q&A posterior a la sesión doble de películas de Jess Franco –‘El conde Drácula’ y ‘Drácula contra Frankenstein’– moderado por Alex Mendíbil. Stephen Thrower estaba en calidad de jurado del festival, y de experto en Lucio Fulci y en Jess Franco. Además recibió el premio Máquina del Tiempo 2024. Lo que me sorprendió, aunque si lo piensas tiene todo el sentido, es que Stephen Thrower fuera miembro de Coil desde mediados de los 80 hasta principios de los 90. Colaboró en uno de mis discos suyos favoritos de esa época, el ‘Love's Secret Domain’, y en la banda sonora no publicada del ‘Hellraiser’ de Clive Barker.
Un fotograma de transición
“Tras sobrevivir a un accidente de coche, una joven se muda para trabajar como organista en una iglesia. Una vez allí, es atormentada por extrañas apariciones que la conducen a un lugar abandonado a las afueras”. Es el argumento de ‘El carnaval de las almas’, película maravillosa de Heck Harvey de 1962. La pusieron en Sitges y nos lleva de la mano hacia el siguiente instrumento…
Kali Malone contra la prisa y contra la tecnología
Si París merece una misa (con órgano, claro), Kali Malone merece desplazarse a Valencia. Sobre todo si va a tocar el órgano, su instrumento, y no sintetizadores. Encontrar un órgano disponible no es como pedir prestada una guitarra, y las gentes del festival Volumens imagino se las tuvieron que ver y desear para conseguirle el órgano del Palau de la Música a Kali Malone. Y a Stephen O’Malley que le acompañó en las últimas composiciones. Todo el hype alrededor de Kali Malone es sorprendente, por mucho que me alegre y por mucho que me guste su música. Por mucho que ‘All Life Long’ sea un disco bastante “accesible” y –no me odien por usar un adjetivo tan simplón– bonito, la propuesta no deja de ser medianamente compleja. ¿Pueden ser los drones fáciles? Supongo que pueden ser más o menos amables.
El concierto muy bien, gracias. Muy, muy bien, la verdad. Pero lo curioso, lo que me ha puesto a escribir esto, fue la sorpresa inicial que tuvimos muchos con el volumen, o mejor dicho, con la falta de él. Un órgano es un instrumento acústico sin amplificar –esto es importante– que ocupa mucho espacio –esto no tanto–. Así, el volumen del órgano, por grande que sea, nunca se podrá comparar al de un Keiji Haino poniendo su ampli al 6. Aunque lo más probable es que el suyo no haya bajado nunca del 10. En mi opinión, a Kali Malone ese volumen extra que da la amplificación no le hacía falta. Al principio costó entrar, pero una vez acostumbrado, te das cuenta de que en tiempos no amplificados, de vida con menos decibelios y contaminación acústica, ese sonido de órgano era tan estruendoso como fueron Lightning Bolt en Siroco en 2008. No creo que la fuerza de su propuesta venga del volumen, no la necesita porque no parte de ahí. Nos sitúa en un contexto al que no estamos acostumbrado por la sobredosis de estímulos actuales. Tanto hemos asumido la máxima de ‘cuanto más volumen, mejor’ que, cuando nos sacan de eso, que, cuando nos hacen estar en silencio o en algo parecido, lo pasamos fatal. Comienzan los carraspeos, el moverse incómodo en la silla.
Hace un par de años en el Mercat de les Flors hubo varias obras de la coreógrafa estadounidense Lucinda Childs. Una de las obras fue ‘Works in Silence’. Como pueden imaginar, no había música que acompañase a los bailarines. El sonido, convertido en música por la fuerza del ritmo de los pasos, lo generaban los bailarines sobre el escenario. Y el público, claro. 60 minutos en silencio es una tarea titánica. Pocas veces he notado más incomodidad en un público. Ni en una proyección del ‘Saló o los 120 días de Sodoma’ de Pasolini. Con miedo de moverse pero sin poder evitar el carraspeo, el suspiro, apenas conteniendo la gana de decir algo al de al lado. Viendo a Kali Malone me acordé de este momento. Soy el primero que ha disfrutado de la vibración salvaje de Sunn O))) que te recorre el cuerpo entero, y es verdad que en el lejano concierto de Merzbow en La Casa Encendida, hace doscientos años, faltó volumen para cumplir las expectativas. Las expectativas eran tímpanos sangrando como en un cómic de Miguel Ángel Martín. Pero en la propuesta de Kali Malone no hacía falta. Y vuelvo a citar el muy recomendable ensayo ‘Silencio’ de Pedro Bravo, que comienza así. El silencio es resistencia:
¿Y si la auténtica protesta fuese callarse? ¿Y si la verdadera revolución empezase por quedarse quieto? ¿Y si Bartleby tuviera razón y esfumarse fuese la forma de abrazar la vida? Vivimos un presente acelerado y ruidoso. Muchos creen que así arribaremos a un futuro mejor en el que todos estaremos salvados. Algunos, por el contrario, tenemos la sensación de que estamos yendo, demasiado rápido y con exceso de estruendo, directos a darnos de bruces con la realidad que hay tras el relato.
Enjoy the silence, o al menos de música a un volumen no atronador. Citar a Depeche Mode es algo que nunca había hecho porque es un grupo que siempre me ha dado un poco igual. A los que sí habré nombrado alguna vez es a los franceses Diabologum, autores de uno de mis discos favoritos de los 90: ‘#3 Ce n'est pas perdu pour tout le monde...’. Por esos caprichos de la cabeza, me pasé el día después del concierto de Kali Malone saltando entre la melodía de la versión que hicieron los franceses de ‘Blank Generation’ de Richard Hell, y la de ‘No Sun to Burn (for Organ)’ de nuestra organista favorita de Denver con nombre de deidad hindú.