Carteles, lavadoras, mantequilla, drone y trajes
Un concierto, preguntas recurrentes, carteles polacos, un disco australiano, una lavadora, dos Dorothies, un no traje traje y unos títulos de crédito
Esta intro llega en el último momento. Con toda la newsletter escrita. Llega después de un concierto de Arnau Obiols y de una conversación, en el enésimo intento de desenmarañar el ovillo de los gustos, propios y ajenos. Un tema recurrente en esta casa. Arnau Obiols es un músico difícil de definir: canciones tradicionales del Pirineo, percusión, guitarra, flauta, sonidos de(l) campo, improvisación... Folk, en el sentido de recuperación del folclore, las canciones, la tradición oral, la vinculación con la naturaleza. Experimental, en el sentido de poner patas arriba el pasado para hacer algo nuevo, sin acercarse ni de lejos a la nostalgia. Escúchenlo, en serio, merece la pena. El concierto ha sido en el Centre Cívic Casa Golferichs, edificio modernista de principio de siglo (XX), lugar en el que nunca había entrado, y en el que se podría haber rodado alguna película de la Hammer o algún giallo. Mi newsletter por algún concierto más allí.
La audiencia estaba formada en su mayoría por gente mayor, que es lo que pasa mucho en los centros cívicos, y que es una cosa que me encanta. Con una música como esta, que mezcla lo tradicional con samplers, con sonidos sintetizados, a veces contundente, a veces estridente, a veces difícil, me ha venido a la cabeza una pregunta.¿Para quién es más fácil entrar en esta música?: ¿para la persona mayor, que puede recordar, al menos, el esqueleto de este tipo de canciones o establecer algún vínculo a través de padres o abuelos, quizá a través de otros tiempos fuera de la ciudad? ¿O para la persona joven –había niños pero creo que ningún adolescente/joven–, acostumbrada a las voces dobladas, a los sampleos, a ciertos elementos electrónicos? No tengo una respuesta clara porque no alcanzo a comprender a jóvenes, mayores o coetáneos, ni sus consumos. Aunque sí que creo que la percusión establece un puente, un latido entre generaciones, a pesar de que sugiera cosas diferentes. Ya sea acid-house, los pasos de Semana Santa, los tambores de Calanda o el concierto de las 88 baterías de los Boredoms. Por ser algo instintivo, por básico; y supongo que porque como decían The Slits, ‘In the beginning there was rhythm’. Y de ahí hemos saltado a un: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué hilo nos ha traído aquí si veníamos del heavy, del indie, del hardcore, del hip-hop, de la psicodelia? Vale, ahí se atisba un camino. ¿Tirando de qué hilo había llegado el resto de gente que estaba allí? ¿Dónde podríamos haber acabado si ese hilo nunca hubiese existido o si hubiese sido más corto, o más largo o estado más torcido? Ahí se lo dejo.
Aprovecho para volver a dar las gracias a los que han hecho su pequeña aportación a esta newsletter a través del Ko-fi. Si alguno más quiere hacerlo, y que siga dando la turra con intros densas como la de hoy, aquí les dejo el botón:
Los carteles de Barbara “Bacha” Baranowska
El 17 de febrero, Barbara “Bacha” Baranowska cumplió 90 años. Se me pasó felicitarla por la sencilla razón de que en ese momento no sabía quién era, a pesar de que me encanta su obra. Pero de eso me di cuenta más tarde. El que sí la felicitó fue Andy Votel, la mano detrás de Finders Keepers, y quien unió su nombre y su obra. Barbara Baranowska es (o fue, no tengo muy claro si está viva) una diseñadora e ilustradora polaca. Hizo muchos de esos pósters de películas con los que babeamos los diseñadores que tenemos ínfulas de ser modernos y sofisticados. Es decir, todos. Así somos. Desde aquí, gracias a los que nos aguantan.
A lo que iba. Barbara Baranowska hizo el icónico cartel de ‘Possession’, sí, la maravilla de Andrej Zulawski, con el que estuvo casada años antes; el mejor que se ha hecho para ‘Tamaño Natural’ de Berlanga, o uno preciosísimo de ‘Sueños de un seductor’ de Woody Allen. Barbara Baranowska es parte de una escuela, la del cartelismo polaco, prestigiosa pero de la que hay pocos nombres propios famosos. Jan Lenica puede ser el más conocido, pero nunca tanto como un Milton Glaser o un Peter Max, por nombrar dos diseñadores de la misma época. Barbara Baranowska trabajó en Polonia en los 60, hizo portadas de libros, pósters de películas y el envase de una mantequilla muy icónica que se sigue vendiendo hoy. En los 70 se mudo a París, hizo algunos de esos carteles que he nombrado antes y que te dejan con la boca abierta, y luego –pausa dramática–, desapareció. En los 80 el mercado había cambiado y este tipo de póster no se llevaba. El último trabajo de Bacha, que es como firma en cuanto llega a París, es una portada, muuuuuuuy ochentera para el único disco de Sophie Marceu. Si quieren saber más, este artículo está bastante bien.
Un disco… y una lavadora: ‘In the Pines’ de The Triffids y una Samsung con muchos números y letras
Estuve el otro día –mientras esperaba que llegará una lavadora nueva después de año y medio yendo a bugaderies autoservei del barri–, escuchando ‘In the pines’ de The Triffids. Me sorprendí a mi mismo, y sobre todo a dos capas de mi memoria. A la consciente, que pensaba que simplemente había escuchado el disco alguna vez hace años, y tenía un buen, pero lejano, recuerdo. A la inconsciente, que se sabía todas las malditas canciones de memoria. ¿En qué momento he escuchado yo tantísimo este disco? En alguna desfragmentación de mi cerebro se ha perdido el recuerdo de ese momento. La memoria, que tanto me fascina como me asusta perderla, me ha hecho conectar con un montón de canciones de las que apenas era consciente. Y me da rabia.
Normalmente los discos que he escuchado mucho me llevan a un momento, aunque sea diminuto, aunque apenas sea una sensación, un flash de un espacio-tiempo. Como supongo que les pasa a muchos, me tomo esto de las canciones (y los discos, y las películas…) demasiado en serio, lo pienso más de lo que debiera. Pero gracias a eso, a esas asociaciones, a esos destellos recuerdo/rehago mi biografía, y podría escribir un ‘Me acuerdo’ como el de Georges Perec solo con esto. Sí que me acuerdo de comprar ‘Calenture’, otro disco de The Triffids hace 17 años. En un viaje, por 5 dólares, cuando era barato comprar discos de segunda mano; y los de un grupo australiano en Estados Unidos, aún más. Ahora esta entrada, en esta newslettter, sirve para recomendar a The Triffids y de paso asociar para siempre ‘In the Pines’ con… ejem, una lavadora.
Dos discos: La importancia de llamarse Dorothy
Dos discos bastante inabarcables con los que me crucé el año pasado están hechos por dos Dorothies: Moskowitz y Carter (es mi newsletter y si quiero coger con casualidades y pinzas un tema, lo hago). La primera fue la vocalista de The United States of America, grupo mitiquérrimo de psicodelia de finales de los 60 que solo sacó un disco, pero ¡qué disco! El año pasado, con 82 años, publicó ‘Under an endless sky’ bajo el nombre de Dorothy Moskowitz and the United States of Alchemy. Con la avalancha de novedades, al principio no le hice caso. Es un disco de digestión lenta. Cero inmediatez. Pero merece la pena el esfuerzo si eso de psych/folk/drone les dice algo.
El de Dorothy Carter es una reedición de ‘Waillee Waillee’ de 1978. Dorothy Carter dejó este plano de la existencia en 2003, ahora tendría 89 años. Escuchando todos esos instrumentos que no sabía ni que existían, la palabra pionera me parece que viene muy a cuento. Si eso del psych/folk/drone les decía algo en el párrafo anterior, este es otro viaje que deberían hacer. Aunque sea para luego poder decir en las conversaciones (¿cuales? no lo sé): ‘esto ya lo hacía Dorothy Carter en 1978’.
David Byrne en una cancha de baloncesto
(Se recomienda ver el vídeo, son 14 segundos, para entender el texto).
No he visto mucho Seinfeld, pero me viene este clip a la cabeza mucho últimamente. Lo pienso en la calle cada cinco minutos cuando veo a alguien en chándal y lo pienso mucho cuando veo la NBA (sí, a veces me fijo más en la ropa que en EL DEPORTE. A estas alturas tampoco debería sorprenderles). Dejemos la calle a un lado, veamos las canchas de baloncesto. La primera derrota fue meter publicidad en las camisetas de los jugadores (venga, más ruido, más logos, más dinero, claro). Y después, ¿qué c&@$#/s ha pasado con los trajes de los entrenadores? ¿Por qué llevan esos forros polares como de estar por casa, como si se fueran a hacer una infusión y quedarse dormidos en el sofá? ¿Qué fue de los trajes de Armani de Pat Riley? Antes de responder a las dos primeras preguntas, puedo responder la última. Cuando Erik Spoelstra (hoy entrenador de Miami Heat) pasó a ser asistente de entrenador, no tenía ningún traje. Su jefe, Pat Riley, epítome de la elegancia entrenadoril, le dejó uno de sus Armanis. Pero el traje era demasiado grande para Erik: "It was almost like they had football pads in the shoulders. I looked like the dude from the Talking Heads video". Erik Spoelstra sintiéndose David Byrne en ‘Stop Making Sense’ ya me ha arreglado el día.
A las otras preguntas, la respuesta es rápida: la COVID-19. Una de las consecuencias de la pandemia fue que desaparecieron los trajes en los banquillos de la NBA. Los playoffs de 2020, en la burbuja, implicaron una buena serie de restricciones. Y una de ellas, comprensible, fue dejar fuera a sastres y tintoreros, de manera que los entrenadores fueran más deportivos, más de estar por casa. Athleisure dicen los americanos, tan difícil de pronunciar que espero que nos libremos de este anglicismo. Pero esa temporada con asterisco acabó hace ya unos años, la gente volvió a los pabellones, la nueva normalidad se convirtió en… normalidad y los entrenadores siguen en chandal, como si se hubiesen levantado en mitad de la noche para beber un poco de agua y echar un pis. Soy este meme de nuevo, lo sé. Los forros polares, los polos y las zapatillas se han hecho fuertes (ay, los logos una vez más). Y luego esta el tema de que todo el equipo técnico viste igual y, no nos engañemos, con esos esquijamas parecen una secta o unos extras de ‘Érase una vez el cuerpo humano’. Serán más cómodos, PERO los banquillos han perdido seriedad, glamour y elegancia. No se pueden comparar los actuales con la impresión que daba ver a Pat Riley (vale que era un poco American Psycho), Chuck Daly (vale que parecía tener relaciones con la mafia) o Jack Ramsay. A este último, ver fotos más abajo, no me digan que no les pega muchísimo en la barra de un bar, acompañando a Elliot Gould en una peli de Robert Altman.
Sorpresa en los títulos de crédito
Hete aquí la razón por la que hay que quedarse a ver los títulos de crédito: puedes encontrarte como set dresser a Bill Paxton, y sobre todo, a una de las actrices favoritas de esta newsletter: Sissy Spacek. La película es ‘Death Game’ de Peter S. Traynor, un home invasion de 1977 estupendo. Sissy Spacek ya había hecho ‘Carne Viva’ con Lee Marvin y Gene Hackman en 1972, ‘Malas Tierras’ de Terrence Malick en 1973, ‘Carrie’ de Brian de Palma en 1976, y el año siguiente hará ‘3 mujeres’ con Robert Altman. No está mal. Al parecer también trabajó como set dresser en ‘El Fantasma del Paraíso’ de Brian de Palma.