Cosas que encontramos en la basura
Personajes misteriosos en el barrio. Libros, casetes y muebles encontrados en la calle. La lista de reproducción del mes de agosto.
Este boletín va a ser un poco diferente del resto. Tenía uno a medias con los ingredientes habituales. Contando que ‘Longlegs’ no me gustó mucho, pero que me lo pasé en grande viendo ‘La trampa’, que con el calor de Barcelona la escucha quieta y atenta es lo único que se puede hacer sin sudar, que me ha flipado ‘El subhastador’ de Joan Samson... Pero eso tiene que esperar. Lo único habitual es la playlist con las escuchas de agosto que encontrarán a la salida, como obsequio por haber leído tanta batallita.
No teman, no les voy a contar mi verano, aunque la chispa que me ha hecho escribir esto sea algo que lleva pasando unos días debajo de mi ventana coincidiendo con las olas de calor. Alguien, no tengo ni idea de quién, se dedica a dejar libros por las mañanas en una de esas piezas del mobiliario urbano de Barcelona que no se sabe si son una isleta, una grada, un banco o una mesa de picnic. No recuerdo cuándo empezó. En realidad hace tiempo, pero en los dos últimos meses, incluso diría que en las últimas dos semanas, la frecuencia ha aumentado. Antes era una vez de vez en cuando, ahora es cada dos o tres días. Se ha convertido en algo tan habitual que no puedo evitar asomarme por la ventana cada mañana y mirar esperanzado. No passa res si no ha dejado nada, me digo, creyéndome bilingüe, para no decepcionarme. Pero si desde mi punto de vigía veo algún ejemplar, bajo corriendo en pijama y chancletas. Es verano, comprendan que si ya es complicado mantener la compostura en el vestir normalmente, si hay una “urgencia” más difícil me lo ponen.
Este misterioso benefactor a veces llena la isleta –o grada, banco o como lo quieran llamar– de libros, como si fuera una parada de Encants, muy bien ordenaditos; otras pone solo 5 o 6. A veces llego tarde y apenas queda nada. Unas veces son novelas, otras manuales de cómo hacer la renta de 1997 o de cómo usar WordPerfect 5.1. Hay libros para niños, de autoayuda, de esos de actualidad, de esos que tanto se estilaban en los 80 y 90 cuando la actualidad se podía tomar un tiempo y tardar unos meses en llegar. Los hay de informática, de relatos eróticos, de ciencia ficción, best-sellers y muchos del Círculo de Lectores. Casi todos son en castellano, pero alguno se cuela en catalán o en francés; en inglés creo que nunca he visto nada. Ya está, descartados los expats, aunque por suerte por aquí aún no hay muchos. ¿Por qué lo hace esta persona? ¿Es alguien que se quiere librar de su colección y prefiere dejarla ahí, a quien pueda interesar, en vez de venderla a cambio de las migajas que te dan en un Re-Read? Puede ser. ¿Es alguien que pasa estos meses en Barcelona y, como muestra de solidaridad a los que también nos hemos quedado aquí todo el verano, nos va haciendo estos pequeños regalos? ¿Quién es? ¿Cómo es esta persona? Nunca se me ha dado bien la ficción, así que no piensen que esto va a derivar en un relato, en una historia coherente. Ojalá. Solo tres hechos y un par de especulaciones. Está claro que es un ser humano de edad avanzada. Viendo la colección, los 50 ya les digo yo que no los cumple. Y ya. Mis dotes de detective me llevan a este callejón sin salida. Podría apostarme cada mañana junto a la ventana y esperar a que apareciese, y aunque me lo he planteado, tengo una vida y una newsletter que escribir(les). Lo que sí he observado –¡sorpresa!– es que la mayoría de los que se paran tampoco cumplen los 50. A mí me quedan cinco años para eso, pero siempre ha habido un señor mayor dentro de mí.

El otro día, con la mercancía fresca sobre la madera, un señor me comentaba: “Hay cosas interesantes aquí, pena que ya no veo bien y me cuesta leer”, mientras se llevaba un par de libros. Más preocupado por practicar mi rudimentario catalán que por ejercer de detective del todo a 100, le contesté cualquier pavada en vez de preguntarle si sabía quién dejaba esos libros ahí. Luego me di cuenta de que ese señor, con la vista no en su mejor momento, podía ser yo en el futuro. Alguien que a lo mejor no lo va a leer a corto plazo pero al que le da alegría llevárselo y ponerlo en la mesilla de noche con la montaña de ‘pendientes de leer’. Este benefactor literario puede ser mi mejor amigo pero también mi mayor enemigo. Ya que si algo somos en esta casa –y aquí somos un equipo–, es acumuladores. Y es aquí donde ha surgido la chispa, casi como de una bengala, que me ha hecho pensar en toda una vida de encuentros casuales con múltiples objetos descartados. Libros, muebles, discos, casetes a los que hemos dado un techo, a los que hemos quitado el polvo y hemos tratado como si los hubiésemos comprado aunque viniesen de la basura. Les hemos dado un segundo hogar. Podría meterme a nombrar el concepto de aura de los objetos de Walter Benjamin, pero voy a citar ‘Te están robando el alma. Contra Ikea, Apple, el rock corporativo y la depilación púbica’ de Ian Svenonius, a propósito de los acaparadores:
“El «acaparador», a fin de cuentas, posee «cosas», artículos como libros y discos que constituyen pistas sobre un pasado en el que esta clase de cosas eran una reserva de conocimientos, indicadores, tótems de significado. Los señores de Internet persiguen la destrucción de todo esto. [...] Las «cosas» que el «acaparador» retiene, sin embargo, podrían llegar a contar una historia capaz de refutar o desafiar de algún modo su visión de los acontecimientos. Su colección de discos, revistas o periódicos podría revelar algún indicio relativo a cierto movimiento social, moda, tendencia o sensibilidad que suponga un reto a su estúpido control total de la consciencia. Un eructo de resistencia. Una pista sobre una posible salida. Una señal de que la vida en realidad no depende de una conexión de alta velocidad a Internet. Y del carácter físico del artículo «acaparado» se deduce que en algún momento las cosas significaron algo, que no todo ha sido siempre una entrada ambigua y sin sentido en Tumblr”.
Y también a Vivian Abenshushan, en ‘Exiliados del tiempo lento’, a propósito de la recogida de la basura y prolongación de la vida de objetos como acto político:
“La recolección de desechos no es un acto de supervivencia, sino una crítica radical hacia una sociedad que ha abrazado la seducción masiva del consumismo. No comprar, no participar en la economía convencional, no derrochar, no sujetarse a los ideales seculares de trabajo, dinero, propiedad y poder. En español podría llamarse: anarco pepena o anarco recolección”.
Así que parafraseando ese ‘things we lost in fire’ de Low, o de Mariana Enríquez y no sé de quien más, lo que viene a continuación se podría titular ‘cosas que encontramos en la basura’.
Casetes y, lo más importante, portacasetes
El día que vimos el piso desde cuyas ventanas vigilo al benefactor literario del barrio, de vuelta a nuestro antiguo piso encontramos dos portacasetes rojos de plástico. En algún momento de los 80 alguien lo usó para guardar su colección de Bruce Springsteen y de Poco. También había cintas de Dire Straits, pero se quedaron en la calle, que una cosa es ser acumulador y otra no discernir. El día que nos mudamos al piso desde cuyas ventanas vigilo al benefactor literario del barrio, después de un duro día de mudanza y de ir a urgencias, encontramos otro portacasetes, marrón, de cuero, con su tapa, su asa y su inscripción de ‘Portacassettes’. Probablemente previa a que la RAE castellanizara la palabra casete. No encuentro cuándo ocurrió esto, tan solo una entrada de la Fundéu de 2011, que me parece un poco tarde. Aunque viene con esta frase de ejemplo que me ha encantado: «En el lugar se encontró una carta escrita a su esposa, Courtney Love, peluches y varios casetes». En este caso había cintas de Julio Iglesias, Wilson Philips , Clannad y Poetas de la revolución. Ecléctica selección. Espero que encontrar otro portacasetes no sea augurio de mudanza.
Tiempo atrás, cuando vivíamos en Madrid, en la calle Ponzano, que en ese momento era un barrio normal y no era el lugar infame en el que luego se ha convertido, otro puñado de cintas se cruzó en nuestro camino pidiendo una segunda oportunidad. El lote, dentro de una bolsa de supermercado y lleno de polvo, pero más interesante en lo musical: música árabe sobre todo, algunas cintas con vistosas caratulas para el ojo occidental y otras en las que simplemente ponía Egipto. También una recopilación casera de ‘Andalucia Rock’–con Alameda, CAI, Medina Azahara o Iman–, una de los Carpenters con una pegatina de la bandera estadounidense, otra con más barras y estrellas llamada Viva América, pero que recopilaba canciones del cono sur –a mí no me pregunten–; y una de Sabrina con su celebérrimo ‘Boys’, y versiones de (¡sorpresa!) ‘My Sharona’ de The Knack y ‘Lady Marmalade’ de Patti LaBelle. Miro las cintas que tengo y creo que hay una de Miles Davis y otra de Jimi Hendrix que también salieron de aquí.
LPs creo que solo he encontrado unos de efectos de sonido, bastante simpáticos pero nada más. Creo que junto a esos había uno de La Trinca, otro de sardanas y otro de la Caja de Ahorros de Sabadell. En Barcelona eso debía de estar en cada casa, es el 75% de la segunda mano de esta ciudad. Y CDs se encuentran más grabados que originales, y viendo que no me furula ni uno solo de los que grabé yo mismo con mimo y cuidado en una grabadora de 32 velocidades que ahorré para comprar, no me planteo cogerlos nunca. Aquí soy yo el que ha donado a la calle más de lo que me hubiese gustado. La incertidumbre de la mudanza a Barcelona obligó a una limpieza que fue una tortura para un acumulador profesional. ¿Me arrepiento de dejar en la calle Ponzano con Ríos Rosas una caja repleta de CDs, que tardó lo que se tarda en subir a un sexto piso en ascensor en encontrar un nuevo dueño y que se la llevó entera? Sí, un poco. Aunque supongo que le di una alegría a alguien. Si por alguna remota casualidad ese alguien está suscrito a esta newsletter, espero que lo haya disfrutado y diga algo en los comentarios o por privado.
Libros, revistas y papeles. El saber sí ocupa lugar
Si me pongo a hablar de cada vez que he encontrado, y acogido, un libro en la calle más vale que se sienten, si es que leen las newsletters de pie. Pero intentaré no aburrirles, y contar solo alguna batallita, para llegar a la conclusión de que con los ojos abiertos, la gran ciudad provee de lectura, de material para escanear, para recortar y para hacer collages. El pueblo también provee libros, que se lo digan al protagonista de ‘Los asquerosos’ de Santiago Lorenzo. Ese es todo mi conocimiento sobre sitios que no son ciudades, confieso. Mi primer recuerdo asociado a recoger libros o revistas viene del cuarto de las basuras de casa de mis padres cuando era un crío. En un movimiento en pos del reciclaje inesperado, en mi bloque se dejaban los periódicos y revistas en el suelo, fuera del cubo, para que se los llevaran otros vecinos. Así no era difícil tener en el revistero del salón revistas y dominicales de periódicos que en mi casa no se compraban, como el Blanco y Negro, el ¡Hola! o el Diez Minutos. En aquellas yo estaba más interesado en conseguir el Gente menuda, y sobre todo en la colección Los comics de El Sol. El Sol fue un periódico que no duró mucho, pero que publicaba un equivalente a El pequeño País o el Gente menuda con algunas páginas de tebeos de Marvel: el Excalibur de Alan Davis, el Daredevil de Frank Miller, la Hulka y los Alpha Flight de John Byrne, o unos Vengadores de John Buscema. Sí, todavía conservo alguna de esas páginas.
Por alguna razón, me da la sensación de que Barcelona provee más de libros perdidos que Madrid. Quizá cada año que pasa, la gente se deshace de más libros y revistas. Los pisos cada vez son más pequeños. Las mudanzas más comunes. De todas formas, una de las cosas que más me ha gustado encontrar fue en la calle Ruíz hace un porrón de años. No sé bien cómo definirlo. Un montón de instrucciones, fotografías, documentación y cuadernos en alemán y castellano de una empresa de máscaras de gas. Nunca pudimos dilucidar de qué año eran. Es siniestro pensar que podían ser de la II Guerra Mundial, parecían más recientes. Me lo imagino más como parte de la colección de algún fan de Whitehouse y de Miguel Angel Martín.
Ya en Barcelona. Camino del Laie de Pau Claris, en plena pandemia, el 23 de junio de 2020, celebración pillada por los pelos del día del libro en Barcelona fuera de fecha, el hallazgo fue una caja llena de libros que decidimos que pertenecieron a un profesor marxista. Tal cual la caja se vino para casa, fue sometida a una estricta cuarentena y a las semanas hojeamos el contenido. Creo que no hemos leído (aún) ninguno. Camino de Finestres, junto a un contenedor, nos esperaban ‘Canadá’ de Richard Ford, ‘La plaça del diamant’ de Mercé Rodoreda y ‘Medio sol amarillo’ de Chimamanda Ngozi Adichie. El primero le encantó a Carla, y el segundo fue una de mis primeras lecturas en catalán. El tercero espera su momento. Camino de ninguna parte, aunque cerca de Gigamesh, con el vagabundeo propio de pasear a un perro, encontré dos libros de Stanislaw Lem. No estaban en las mejores condiciones, pero, ei, que es Stanislaw Lem. También podría hablar de uno de Henry Miller, de unos libros de verbos y gramática de catalán que me han venido bastante bien o de los puntos verde que hay repartidos por Barcelona. Lugar menos casual pero bien recomendable para hacer diggin’ al mejor precio. Menudo subidón encontrar un montón de Stephen King en la edición de los Jet de Plaza & Janes, o ‘Carrie’ en la de Narradores de éxito.
Otro de los géneros habituales junto a contenedores es el de las enciclopedias, coleccionables encuadernados y libros de hazlo tú mismo, ya sea manualidades para entretener a los niños o cómo cuidar plantas de interior. Más de una ilustración o collage me ha solucionado algunos de estos libros, irresistibles con esas tipos y dibujos entre los 70 y 80.

Mientras escribo esto, acaba de pasar. Nuestro héroe sin capa, pero lleno de papel, ha dejado su colección de George Simenon y Dominique Lapierre a nuestra disposición. Si se fijan verán que hay un corte en algunas portadas. ¿Son libros de promo? ¿Es un crítico literario? Trabajé años en revistas y nunca llegaban mutilados, por suerte. Los CDs y los vinilos recuerdo que sí se sellaban pero nunca lo había visto en libros. ¿Alguna idea?

Muebles: la república independiente de todos
Con la excusa de ir a ver los libros de George Simenon he ido a bajar la basura, ¿o era al revés?, y me he encontrado esto. Con esto ya tenías medio decorado un bar de Malasaña en 2013:
El capítulo de muebles que han tenido y aún tienen una segunda vida también podría ser largo. Va desde lo útil: muebles de Ikea (mesas Lack, una estantería Kallax…), una banqueta que se usa todos los días en esta casa desde hace años y años, un taburete que ahora tiene un smiley pintado y sirve para dejar los libros encontrados, o unos individuales de Nocilla de los 80 que estaban sin estrenar; a lo de uso dudoso: un cajón de tipógrafo reconvertido en expositor de muñecos pequeños, un revistero de mimbre que no pudo llegar a esta casa, un escritorio cuyo transporte me tuvo el día siguiente con agujetas, o un expositor de farmacia que pintado intentamos convertir en estantería para libros y acabó destrozado. Y finalmente lo de ningún uso, pero oye, es que eso no se podía quedar ahí: un tocadiscos portátil celeste encontrado después de haber visto ‘El resplandor’ en el Phenomena. Obviamente no funciona, pero es bien bonito.
Y esto es todo, amics. Hay más cosas. Este es un hilo del que se puede seguir tirando. Muchas cosas han vuelto a la basura de donde salieron una vez que su vida no dio para más o una nueva mudanza obligó por falta de espacio, y otras no sé ni dónde están. En fin, como dicen en inglés: one man's trash is another man's treasure. Seguiremos informando sobre la identidad del misterioso donante de libros.
Gracias de nuevo a los que han hecho su pequeña aportación a esta newsletter a través del Ko-fi. Y también a los que habéis comprado el fanzine de El Drugstore que he hecho. Si alguno quiere hacer cualquiera de las dos cosas, aquí tiene el enlace:
El Drugstore ha escuchado. Agosto
Kayanza / African Head Charge / Rehman Memmedli / Raphael Roginski / Khotin / James Devane / Monolake / Lucio Battisti / Flaer / MIKE / HiTech / Erika de Casier / Clairo / Dialect / Carlos Maria Trindade, Nuno Canavarro / H TO O / Holy Tongue / Beak> / Duke Ellington, John Coltrane / The John Betsch Society / Brokeback / Caroline Davis, Wendy Eisenberg / Stephen Pastel / Talking Heads / The Glass Bead Band / MJ Lenderman / Zach Bryan / Chris Cohen / Lila Tirando a Violeta / Mica Levi / Global Communication
Mi teoría para explicar esas portadas mutiladas: en el reverso de esas esquinas que faltan estaba escrito el nombre de la persona a la que pertenecieron esos libros. Quien los esté dejando ahí quiere ocultar su identidad.
M'ha fet pensar en El vertedero de São Paulo, la cançó d'Astrud (no es una metafora, es un vertedero que tienen en São Paulo) 😊