Hilo musical para gastar tus zapatos
Zapatos de bailar, los Guerrilleros, GAP y Aphex Twin, Profondo Rosso, ¿Bob Dylan, Leonard Cohen o Todd Haynes? Wong Kar-Wai y Madrid en los 90
La periodicidad de este boletín, por las circunstancias de la vida, se está convirtiendo en mensual. En cualquier momento puede cambiar, pero por ahora le va bien ir al ritmo que marcan los minúsculos fanzines sobre películas de 1975 que estoy haciendo. En marzo había unas cuantas opciones interesantes: La noche se mueve (descanse en paz Gene Hackman), Apocalipsis nuclear (un chico y su perro) con Don Johnson, El espejo de Tarkovsky que no sabría por donde coger, Tommy de Ken Russell (que confieso no haber visto) o Los caballeros de la mesa cuadrada. Estuve viendo Smile, con Bruce Dern, que me gustó mucho. También había pelis de Charles Bronson, Linda Lovelace o Godzilla. Sin embargo, la elegida ha sido Profondo Rosso de Dario Argento, una de las favoritas de esta santa casa. Tanto de Suspiria como de esta se ha hablado ya mucho. Tanto que he optado por no decir nada y hacer un minifanzine ilustrado. Eso sí, por el camino he descubierto que en Japón tuvieron los santos, y nipones, cojones de titularla Suspiria part 2, a pesar de ser anterior.
Si alguien está interesado, puede comprarlo aquí. Y en dos colores. Un rosso más profondo que el otro. Si tienen alguna preferencia, especifíquenlo en su pedido.
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Zapatos de bailar, los Guerrilleros, GAP y Aphex Twin
Hace doscientos años, en una asignatura de publicidad y marketing, un profesor al que siempre le colgaba de manera poco o nada agradable un hilillo de saliva entre los labios, nos contó una anécdota que, por arte de magia, él mismo con su mecanismo había decidido convertir en teoría. Decía que en las zapaterías habían decidido poner música para que la gente bailara, gastase las suelas de los zapatos y así tuviesen que comprar otros ipso facto. Vale que éramos inocentones alumnos de primer año, pero, señor del hilillo de saliva entre los labios, menuda trola nos quiso colar. Convertimos su teoría en nuestra anécdota y comenzó mi desconfianza con el marketing. ¿Raves en Los Guerrilleros, zapatería céntrica de Madrid, para quemar la suela de un zapato castellano, de un mocasín con borla, de unas J’Hayber? Ojalá. Vale que un ambiente agradable, una musiquita, un oler bien ayuda al intercambio comercial y a que la rueda del consumismo esté bien engrasada. Sí, eso lo compro, nunca mejor dicho.
Quien más, quien menos se ha encontrado alguna vez canturreando algo en algún comercio, puede que hasta hayan movido una rodilla, un pie, la tibia y el peroné. Puede que hayan shazameado lo que suena. Puede que lo hayan escuchado fuera del momento transaccional, al salir a la calle o al llegar a casa. Me pasó hace unos días con una canción de Jack J que escuché alguna vez durante el verano. Una canción, If you don’t know why, agradable, dentro de un disco, Opening the Door, fácil de escuchar en un día de sopor veraniego, en el hilo musical de un comercio o en una mañana poco exigente de fondo mientras trabaja uno. Y sirva esto para reivindicar esos discos facilones que no cambiarán la historia pero que te hacen el día más fácil en momentos en los que escuchar a John Zorn, Napalm Death, Scott Walker o Stockhausen no es una opción.
Este hilo me lleva directo a la historia de Michael Bise, trabajador de las tiendas de ropa Gap entre 1992 y 2006. En un momento de menos exposición y acceso, Michael queda fascinado con la música que suena en la tienda donde dobla camisetas. En un principio, cuenta, las canciones llegaban en casetes de 4 horas. Para 1998 se pasan al CD, también 4 horas de música grabada. Si currabas 8 horas, lo escuchabas todo un par de veces. Los casetes y los CDs se devolvían, pero las hojas con las playlists apuntadas, no. Y eso es lo que se dedicó a coleccionar el amigo Michael, como manera de orientar su colección de CDs y luego de iTunes. En un dramático giro de los acontecimientos, Michael deja de trabajar en Gap y pierde la caja donde guardaba las hojas. Pero como ya estamos en el siglo XXI, abre un blogspot, que sigue teniendo, donde comparte las playlists que ha podido recuperar y las que otros trabajadores de Gap también han guardado. Se crea una pequeña comunidad de trabajadores de Gap. En el blog se puede leer bien toda la historia, ver las playlists y escucharlas en Spotify donde las ha recopilado. Le añades un amorcito por aquí y un dramita por allá, y tienes una peli indie basada en hechos reales que no sé cómo no se ha hecho ya. Ojo a las campañas de GAP con Blonde Redhead, Elias Koteas y DJ Spooky, entre otros, que hay en el blog también. Más 90/00s no puede ser.
Y para acabar este hilo musical/comercial, hace unos días se compartió la lista de reproducción que Richard D. James, es decir Aphex Twin, ha hecho para las tiendas de la marca Supreme. El Richard, en vez de cintas de 4 horas, se ha sacado de la manga la banda sonora para una jornada laboral inhumana. 191 canciones, 12 horas y 40 minutos. Espero que no tengan a empleados con esos turnos. No creo que sorprenda a nadie que la selección está muy bien y que en pocos bares se puede oír mandanga tan buena y variada: The Units, White Noise, Galaxy 2 Galaxy, Chris & Cosey, Cortex, The Meters, Charlie Megira, Piero Umiliani, Ween, Steve Reich o Joe Meek. Tampoco creo que se lleve nadie las manos a la cabeza si les digo que un poco de troleo hay por parte del músico británico. La primera parte de la lista es tan agradable que no te das ni cuenta de qué esta pasando, pero luego, como un VHS al que hay que ajustarle el tracking (referencia viejunísima), empieza a haber distorsiones y drops. Canciones que no creo que ayuden a gastarte el pastizal que cuesta cualquier prenda de Supreme: The Shaggs, Stockhausen, John Cage, eructos cortesía de la BBC Radio Workshop… Aunque uno nunca sabe, el mundo está mu’ loco y el de la moda ahí anda.
Todd Haynes versus Bob Dylan
Se me ocurrió cometer el error, o hacer la trampa, de ver I’m Not There de Todd Haynes, la película con muchas caras sobre Bob Dylan, antes de ir a ver A Complete Unknown, la película con más cara que espalda de James Marigold sobre el premio Nobel de Minnesota. Iba con prejuicios y con el juego de la comparación, el reciente biopic ya partía con desventaja. Con un personaje tramposo como Dylan hay que permitirse algunas licencias y aproximarse con desconfianza. Y a un director con una filmografía tan pocha como James Marigold, con mayor resquemor aún. En eso, ya sabía que Todd Haynes ganaba por goleada, sobre todo cuando había visto hacía una semana Safe, que es desde ya un película muy favorita en este boletín. A ver, A Complete Unknown no está tan mal como me temía pero bien, bien, tampoco está.
Hablar de Dylan quizá parezca que se sale de la programación habitual de esta newsletter. Pero el amigo Bob fue una figura siempre presente en mi infancia. Dentro batallita. Mi madre era de Bob Dylan y mi padre, de Leonard Cohen. Antes del Metallica vs Guns N’ Roses o del Oasis vs Blur posterior, las rivalidades musicales en mi casa se vivían así. Hay una foto de cuando tenía un par de años en la que llevo una chapa de Bob Dylan. Me la puso muy orgullosa mi madre. En un intento de ser buen hijo, he sido un poco veleta y, dependiendo del momento, me he decantado más por uno que por el otro. Ahora no les escucho mucho a ninguno de los dos, pero de vez en cuando vuelvo y son parte importante de mi educación musical.
Hecho este paréntesis, sigamos con las películas. Ya que hemos venido a hacer trampas, hagámoslas del todo. Hagamos una enumeración, con guionets y todo, que explica por qué I’m Not There es mejor. Espóiler: esto no es una crítica cinematográfica seria. Nunca pretendió serlo, ¿vale? Ahí va el listado:
En los primero cinco minutos de I’m Not There sale Moondog. Bueno, alguien vestido como Moondog, que Louis Thomas Hardin murió en 1999.
La presencia de las Panteras Negras en I’m Not There. En A Complete Unknown, la política se toca de puntillas más allá de fetichizar, casi parodiar, una contracultura patrocinada por Levi’s.
La metáfora de las ametralladoras como guitarras eléctricas en el festival de Newport es tan cafre como efectiva. Y en un par de minutos, Todd Haynes ha contado lo mismo, mejor y dando más subidón que James Marigold en una hora de tira y afloja.
David Cross hace de Allen Ginsberg. Ya solo con esto me has ganado, Todd. Mejor elección de casting de la historia.
Cate Blanchet como Dylan es mejor que Timothée. Obvio.
En I’m Not There no sale Elle Fanning. Cualquier película sin Elle Fanning es mejor que una con ella. Después de intentar entender el fenómeno de Neon Demon (¡dos veces lo intenté!), la Fanning está en mi top 3 de actrices que se me atragantan.
Unas cuantas portadas polacas para recibir la primavera
Ha llovido. Mucho. Desde el último boletín ha llovido literalmente un montón. Pero ya es primavera y, ahora que empiezan a estornudar, es buen momento para recuperar estas portadas de la revista satírica polaca Szpilki. Esta cuenta de Instagram recopila mucho material de una publicación que tuvo una larga carrera entre 1936 y 1994, y dejó una obra gráfica muy interesante.
¿Qué pasa con Wong Kar-Wai?
No traigo respuestas, solo tengo preguntas. Entre las muchas cosas que no entiendo de 2025, una de ellas, la más intrascendente probablemente, es la fascinación de la juventud cinéfila por Wong Kar-Wai. Supongo que cada generación descubre algo que no pudo atisbar la anterior, la que fue coetánea a los mejores años de ese director, escritor o músico. Como muchos de ustedes, viví los estrenos de Wong Kar-Wai en su día, algunos los vi en sala, otros los alquilé en el videoclub, otras la vi en Canal +. Me gustaban sus películas, aunque nunca me han apasionado. Cuando se estrenaba una de David Lynch, de Takeshi Kitano, de los Coen había más excitación, más ruido a mi alrededor. Y eso que estaba rodeado de jovenes cinéfilos, pedantes, estudiantes de Comunicación Audiovisual. Por eso ahora me da la sensación de que me perdí algo, y que estos seres humanos que tienen 25 años menos que yo, sí que han sabido apreciar. Algo en lo que se han visto reflejados. No es difícil ver en cines, en Barcelona al menos, reposiciones de Chungking Express, Deseando amar o Happy Together. He visto salir a la gente de alguna sesión y me ha sorprendido la cantidad y, sobre todo, la juventud. Está claro que algo hay ahí, si no no programarían películas suyas tan a menudo. El otro día incluso al salir de Phenomena vi una chica que llevaba una gorra de Wong Kar-Wai. Ya lo he preguntado alguna vez en persona, pero quiero más opiniones. Le podría preguntar a ChatGPT pero preferiría una respuesta humana. Así que si alguien es capaz de explicarme por qué es tan relevante Wong Kar-Wai en 2025, se lo agradeceré.
El Koyaanisqatsi castizo
(El título se lo he robado a Mythical Iberia; era demasiado bueno para no hacerlo.)
“La idea del proyecto nació una mañana de diciembre de 1995, cuando bajé al bar El Oriental de la Plaza del Dos de Mayo de Madrid, como todos los días, a tomarme un café con leche. Me encantaba ese lugar con esa decoración sin cambios desde 1960, el viejo propietario gruñón, la pintoresca y colorida clientela: la viuda con rulos y bata, el ciego de la ONCE, el pescadero, el franquista nostálgico, el joven sin trabajo, la chica sin amor. Pero esa mañana el bar había cerrado, definitivamente: el dueño había vuelto a su Galicia natal y el hijo no quería hacerse cargo del negocio. Comenzaron las obras, se desmontó la antigua barra de bar, y el yeso blanco y las luces halógenas invadieron el espacio. Mi bar pasó a llamarse El Rock Café. Esta desaparición me causó una sensación de extrema fatalidad. Desde entonces, rastreaba la ciudad como si fuera una tierra por redescubrir, como si estuviera viendo por última vez la colada tendida en el patio, a los ancianos jugando a las cartas, al que vendía”. Supongo que a Jacques Duron, director de Souvenirs de Madrid, se le tiene que caer el alma a lo pies viendo el Madrid de ahora, donde todo es un Aldi, un gastrobar o gente con maletas. Me pasa a mí todo el rato cuando voy, después de 6 años sin vivir allí. En Barcelona es lo mismo pero con cafeterías tipo Vivari o Granier en vez de gastrobares, y sitios de uñas. El documental de Jacques Duron recoge imágenes grabadas entre 1995 y 1997. Como persona que tenía 16, 17 y 18 años entonces y vivía en Madrid, he flipado. Solo la textura del vídeo me ha hecho pensar que son imágenes de los 90 y no de la transición, quince años antes. Es verdad que pone el foco en un Madrid que se acaba, en la gente mayor, en esos bares cuya decoración no ha cambiado en años. No se puede generalizar. Eso no era todo Madrid. Si hubiese puesto la cámara en la puerta de La Vía Lactea, de Voltereta o del Canciller, habría salido otro documental. Pero aún así, es un shock fascinante. Es un poco espeluznante pensar en volver a vivir en esa época, pero una cosa hay que reconocer: sin las imprentas digitales, todo era más bonito. Los rótulos de los comercios son espectaculares. Stendhalazo asegurado. Si alguien sabe si hay algo parecido de Barcelona, que avise. Me encantaría ver algo así de la Barcelona preolímpica.
El Internet que nos merecemos
Nos quejamos mucho del Internet de las grandes corporaciones que tenemos, vivimos y sufrimos. Echamos la vista atrás pensando en lo que era al principio, en lo que prometía, en lo que debería haber sido. Le echamos la culpa al algoritmo de todo. Pero tecnofatalismos aparte, hay buenas noticias que aún permiten ser optimista. La vuelta de UbuWeb es una de ellas. La labor de UbuWeb desde hace casi 30 años me parece importantísima y estoy totalmente de acuerdo con la declaración de principios que supone su vuelta. Están subiendo material interesantísimo