Repeticiones, repeticiones, repeticiones...
Versiones 2.0, minimalismo, David Grubbs y Jim O'rourke, Tiburón, camisetas y más camisetas, revistas checas de metal, panteras negras de Estonia.
Tuve un compañero de piso que decía que prefería la versión 2.0 de los grupos. Aclaración: era principios de los dosmil y él era informático. Quería decir que prefería a Broadcast que a Stereolab. Ese fue el ejemplo que puso. El tiempo, la evolución del grupo, la muerte prematura de Trish Keenan y la falta de contexto actual han puesto a Broadcast al mismo nivel que a los de Laetitia Sadier y Tim Gane. Y me parece bien, ¿eh? Sin embargo, durante años Broadcast fueron unos primos hermanos que lo habían tenido más fácil, que habían heredado la colección de discos de su hermano mayor, y habían hecho una versión más pop, con menos aristas y menos arty, más comercial cuando estaba mal visto serlo. Esto es, unos Stereolab 2.0. En esos tiempos siempre me posicioné con la versión original. Quizá por pedantería juvenil. Quizá por madure(veje)z con los años me he ablandado y tengo menos problema con las versiones 2.0 (salvo que sea un grupo de ahora haciendo shoegaze o dream pop que entonces se me llevan los demonios, pero es que el modelo original ya no me gustaba en su día). Quizá por el eterno retorno en el que vivimos o por la forma de consumo actual. Por culpa de la escucha compulsiva y la falta de prescriptores ya no distingue uno tanto influyentes e influidos. Es difícil dejar de comparar con cómo se consumía cultura hace 20 o 30 años. ¿Es mejor el sonido más crudo del que llegó primero, o el más pulido del que ya tiene un espejo donde mirarse y un modelo desde el que partir? ¿Le importa a alguien esto ahora mismo? ¿Alguien ha dicho Simon Reynolds en la sala? ¿Cómo puede seguir siendo tan relevante Retromania después de 14 años? Ahora que no sabemos si un disco es de un año o de otro, quién lo ha producido, a qué sello pertenece. La información de los servicios de streaming es confusa, poco intuitiva y obliga a hacer un esfuerzo de consulta que no todo el mundo está dispuesto a hacer. Es verdad que antes esto tampoco lo hacía una gran mayoría. La disponibilidad total, con la que tanto soñaba cuando tenía 18 años y poco dinero, nos ha dejado con un panorama sin puntos de referencia donde es difícil saber qué fue antes, qué fue después, quién influyó a quién.
Vaya chapa para recomendar un disco. Para hablar de un grupo que tiene mucho de 2.0, que no es especialmente original. Pienso esto escuchando a Repetition Repetition (¿mejor nombre posible para un grupo de minimalismo?), que a su vez me hacen visualizar todo el rato la portada de Repetition de Unwound (¿su mejor disco? Ahí lo dejo). Freedom To Spend, la pata de RVNG especializada en reediciones de música experimental de los 70 y 80, acaba de editar Fit For Consequences: Original Recordings, 1984-1987, una recopilación de grabaciones del dúo de Los Ángeles formado por Rubén García y Steve Caton. Entre el minimalismo y el maximalismo, el art-rock y el Kosmische, Repetition Repetition se publicaron ellos mismos tres casetes en sus tres años como banda, participaron en alguna recopilación, fueron pinchados en KCRW y, como dice la nota de prensa, consiguieron la bendición de Harold Budd que incluso colaboró con ellos en un par de temas. Sin embargo, no consiguieron que ningún sello les hiciera caso hasta hoy. En Repetition Repetition no hay nada 100% original; antes de que existiera el término 2.0, ellos ya lo eran. Pero aún así, es un buen poti poti de referencias: Terry Riley (sobre todo en The Machinist), Steve Reich, Brian Eno (en Lakeland mucho) o Philip Glass. Duraron poco. Steve Caton, que era parte también de Y Kant Tori Read, el grupo de new wave de Tori Amos, siguió tocando con ella cuando se hizo famosa. Rubén García, dedicado en cuerpo y alma al minimalismo, siguió repitiendo notas con Harold Budd y Daniel Lenz en Music For Three Pianos. Si ya se saben de memoria A Rainbow In Curved Air de Terry Riley, puede que le encuentren alguna costura a Repetition Repetition, pero si se abandonan, también pueden pasar un buen rato.
El fanzine de junio: Tiburón de Steven Spielberg
El fanzine de este mes, confieso, es un refrito. Recupero un texto que escribí el año pasado y lo he adornado con imágenes de tiburones mecánicos y bañistas aterrorizados celebrando el 4 de julio. Todo en rojo, como la sangre que un tiburón blanco puede oler a no sé cuantos kilómetros. Esto lo aprendí en aquellos fascículos que se llamaban Quest y que te preparaban para ser un futuro lector de Muy Interesante. Si tienen más años que un bosque, como yo, puede que los recuerden. Lo pueden encontrar, el fanzine no los fascículos esos, en el Ko-Fi como es habitual.
Agradecer una vez más a los que han apoyado este boletín, a los que han hecho su pequeña aportación a esta newsletter a través del Ko-fi, y también a los que habéis comprado alguno de los fanzines de El Drugstore. En el siguiente enlace pueden mostrar su apoyo en forma de café y euros a esta newsletter. También pueden comprar aquí los fanzines:
David Grubbs, un caballero errante
David Grubbs sacó cuatro discos que encierran tan bien el sonido de Chicago a principios de los 2000 que cada vez que los abres te sopla el vendaval de la ciudad en la cara: The Thicket, The Spectrum Between, Rickets & Scurvy y A Guess At The Riddle. Compartió años, escenarios y discográficas con The Sea and Cake, Archer Prewitt o Sam Prekopp y crearon el sonido más amable de ese Chicago tan experimental. La complejidad de Tortoise o Gastr del Sol estaba ahí y el punto jazz también, pero también la tradición americana heredera de John Fahey, la sensibilidad pop de Van Dyke Parks y el gusto por la melodía, por la bossa nova, el lounge y los ritmos entrecortados. Mi gusto por el pop es un poco imprevisible, pero algo me toca la fibra sensible en los discos de los artistas nombrados. Discos con los que he pasado mucho tiempo. Antes de su carrera en solitario, David Grubbs formó parte de Squirrel Bait y Bastro –qué discazo Diablo Guapo–. Fueron coetáneos en Louisville de sus vecinos más ilustres: Slint. Ya en Chicago montó Gastr del Sol con un tal Jim O’Rourke. Camoufleur, de estos últimos, estaría en mi top 5 de discos favoritos de los 90, y ya alguna vez lo he nombrado por aquí. Por ser alguien que me ha acompañado durante años, y que no vive de las rentas del pasado, su concierto en Barcelona de hace unos días era un acontecimiento imprescindible en mi cabeza –¡ay mi cabeza!–. Compré las entradas con antelación, cambié la fecha de un viaje y crucé los dedos para que no surgiera ningún imprevisto. Cuál fue mi sorpresa al ver que Casa Montjuic no estaba ni medio llena y que minutos antes de la actuación aún quedaban entradas. ¡Ay mi cabeza! Whistle from above, primera canción de su último disco, del mismo nombre, ha sido banda sonora de los últimos meses. Con ella abrió el concierto, y fue una buena manera de quitarme la espinita de no haberle visto nunca. No fue el mejor concierto que he visto, pero fue un gusto ver destellos del artista que me fascinó hace unos años, pero también alguien que a partir de un sonido propio ha seguido explorando otros caminos durante años. Y todo con una sonrisa, a veces una carcajada, en la boca. Gracias, David.
Casualidad o no, estos días he vuelto a escuchar un disco de Jim O’Rourke: I’m Happy, and I’m Singing and a 1,2,3,4. Publicado en 2001, descargado con Audiogalaxy puede que el año siguiente, he de reconocer, es uno de esos álbumes que me abrió unas cuantas puertas. Algunas se quedaron abiertas de par en par y otras dejaron un huequito donde meter el pie un algo más tarde. En 2025, me meto aquí de nuevo mientras leo un recomendable artículo en The Quietus sobre el extraño mundo de Edition Mego, el sello de Peter Rehberg.
Camisetas otra vez (I): Kurt Cobain y sus camisetillas
Ay, Kurt. Qué brasa han dado contigo. Qué pereza da verte convertido en ángel caído del rock. Aunque, nos nos engañemos, casi mejor, qué raro hubiese sido verte envejecer, haciendo vete tú a saber qué discos y con Tony Hawk de consuegro. Por mucho que ahora Nirvana parezca una marca de camisetas, para unos cuantos que en 1991 teníamos 12 años, fue el paso a un otro lado de los que te cambian la vida. El vídeo del gimnasio y el espíritu adolescente, sí, nos trajo las camisetas de rayas, pero es al resto del armario de Kurt Cobain al que debemos dar las gracias. ¿Mi primer contacto con Daniel Johnston, Flipper, Beat Happening o The Shaggs? Sí, lo han adivinado, por una camiseta llevada por Kurt. Eso es así. E imagino que para la persona detrás de Turbo Island también lo fue. Turbo Island es una marca de camisetas inglesa que sobre todo hace mashups de grupos y cartoons, género que reconozco que me sigue haciendo bastante gracia aunque seguro que está en las antípodas de lo cool. Aunque ya saben que esto puede cambiar en 10 minutos. Como buen “music geek and cartoon freak”, y como alguien que ya no cumple los 40, Chris Wright (aka Turbo Island) también tenía su deuda con Kurt Cobain. Pero él, a diferencia de nosotros, la ha saldado y se ha ganado un trozo de cielo al recopilar casi 80 camisetas llevadas por Kurt: Sonic Youth, Shonen Knife, Scratch Acid, The Breeders, Sebadoh (¡esa, la del hacha, todavía la tengo!), L7, Jawbreaker… En su cuenta de IG tiene unos stories fijados que recomiendo ver, donde pedía ayuda para identificar algunas. En una época de fotografía analógica no es fácil saber que una K y una I pertenecen a Kira Rossler de Black Flag, y no a Rahsaan Roland Kirk como sugería alguien. Gracias, Kurt, por ponernos tras la pista de tantos grupos.
Camisetas otra vez (II): Las musculosas de la NBA. Una observación
Hay pocas prendas veraniegas masculinas que se alineen menos con el buen gusto que las camiseta sin mangas, las de tirantes, las musculosas. Cómodas y frescas, PERO… (imaginen un pero con sus desafiantes puntos suspensivos, gigante, tallado en piedra). Da igual cuanto hayas disfrutado de la final entre Indiana y Oklahoma –en esta casa muchísimo, ¿las mejores en muchos años?–, da igual que pienses que la cantidad de melanina que te tocó al nacer está equivocada. Da igual, no vayas a por el pan con una camiseta de Stephen Curry. Pero como nadie me hace caso, nuevamente el viejo que le grita a las nubes, la ciudad en verano está llena de turistas con camisetas de la NBA: LeBrons, Durants, Wembys visitando el Hospital de Sant Pau, la Sagrada Familia y el Park Güell. También hay locales con la musculosa de su equipo favorito haciendo la compra o paseando al perro, pero residir en esta ciudad hace que sea irresistible dirigir todas las iras hacia los guiris. Sorry not sorry. Los hay que no pueden dejar de mirar los accidentes y yo no puedo no hacer recuento de camisetas. De las de música ya he hecho suficiente contabilidad y no hay ninguna tendencia nueva bajo el sol abrasador. Las de NBA más que un accidente son una catástrofe, pero no puedo evitar cuando veo alguna pensar aburrido: “Venga, otra, la sexta de Lebron de los Lakers”, o sorprendido: “¡Uala, una de RJ Barrett cuando jugaba en los Knicks!”. Esta última, mi favorita por minoritaria y por llevarla un niño que probablemente quería una de LeBron y le cayó la del canadiense que ya ni siquiera juega en los Knicks. En un nuevo intento de conseguir puntos para una plaza en el INE, he dedicado las últimas semanas a apuntar las camisetas a mi alrededor. Aquí tienen un cinco inicial lleno de estrellas, y un banquillo variado con jugadores lesionados (Derrick Rose y Zion), flipados (Anthony Edwards y Lavine), clásicos (Tracy McGrady y Durant) o reivindicables (el Kawhi de los Spurs). El mes que viene probablemente más, aunque con la de traspasos que está habiendo estos días, más de una quedará desfasada.
Revistas otra vez: Metal y colorinchis checos
No hablo mucho de metal aquí por ser un género que no trabajo demasiado en los últimos años. No eres tú, soy yo, estilo musical que invoca a Satán. Pero el metal siempre estuvo ahí. Antes de Nirvanas, Superchunks, De La Souls, Autechres o Grateful Deads. Por eso, y porque en cada boletín he de traerles alguna revista antigua, me he enamorado un poco de las portadas rosas y amarillas de este fanzine checo llamado Metal Maniac. Si están pensando en aprender checo puede ser un buen punto de entrada. En casi todos los números hablan de Sepultura, claro que son de principios de los 90, ¿cómo no hacerlo? Están en archive.org, como todo lo bueno de internet. ¿Y si expropiamos y cerramos todas las webs a los de Silicon Valley y nos limitamos a alimentar y conservar archive.org? ¿No sería un mundo mejor?
Noticias breves
Otros discos recomendados de este mes: Of No Fixed Abode de Saint Abdullah & Eomac, Thank you, Guitar de Cyrus Pireh, Khadim de Mark Ernestus Ndagga Rhythm Force, Bombolla de J.G.G., y I’ll Be Waving As You Drive Away de Hayden Pedigo que quizá no sea mi favorito suyo, pero va bien para estos días de hablar de calor, leer L’home que es va enamorar de la lluna de Tom Spanbauer y ver westerns.
A propósito de Hayden Pedigo, he caído en el substack de Dusty Henry que, aparte de hablar de discos, los dibuja. Alguna vez pensé en hacer algo así, puede que en alguna libreta haya un boceto de un proyecto similar. Pero se quedó en el aire. Como tantos otros.
Este mes vi una película de terror muy divertida, The Night of the Demons, con una siempre estupenda Linnea Quigley; una muy seria sobre masculinidades insoportables que resulto ser lo más terrorífico y desasosegante que he visto en años: Maridos de John Cassavettes (me gustó mucho, pero qué mal cuerpo); y una de fantasmas costumbristas en un pueblo de la Mancha que simplemente me encantó: Bodegón con fantasmas de Enrique Buleo. También vi dos películas que me convencieron de que, a diferencia de Loquillo, yo para ser feliz lo último que quiero es un camión: Sorcerer de William Friedkin y Sirât de Oliver Laxe. La primera es una maravilla y la otra, pues no. En la misma categoría del NO estarían Tokyo Pop y Rock Bottom. Ni pop, ni rock, ni rave este mes.
Ya he dicho más de una vez que no sé mucho de animación, y quizá por eso no deja de sorprenderme la cantidad de películas alucinantes que hay venidas de la europa del este en los 70. En este caso, comparto la estonia Colourbird (1974) de Rein Raamat, una cinta con una buena dosis de psicodelia. Y con una pantera negra que ¿es el logo de los Black Panthers en movimiento? Lo parece, pero la Estonia de 1974 no tenía pinta de ser el lugar más permeable a la influencia estadounidense.
El proyecto de Dusty Henry es genial 🥲❤️